Amigas, estos días, como sabéis, tengo el privilegio de no trabajar de manera remunerada fuera de casa. Es una maravilla disponer de un tiempo para pasear, ver el sol mañanero de las 12, esa luz tan bonita de otoño por la mañana de la que casi nunca podemos disfrutar.
Hace unos días salí a pasear con K. Él durmiendo en la mochila y yo paseándolo como una súper mamá moderna, de esas que veo por la calle y que me parecen tan estupendas porque consiguen arreglarse, peinarse y llevar ropa conjuntada. Así que me imaginé que era como ellas, aparenté la actitud y hacia el mar me dirigí. Consciente del regalo que me ha dado la vida al poder disponer de algo de tiempo. Eso sí, un tiempo no predecible, un tiempo que aparece sin haberlo imaginado, sin ser proyectado, un tiempo que se me agolpa de repente encima y del que si me descuido apenas puedo disfrutar. La maternidad y su imprevisibilidad.
Pero queridas, que lástima que la maravillosa postal apenas pudo ser disfrutada… a la mente llegó un torbellino de ideas, de imágenes, de exigencias, un montón de palabras amontonadas unas encima de las otras, que hacían que el paisaje fuera solo eso: paisaje, algo ajeno, algo que no iba conmigo ni con mi(nuestra) belleza.
Y eso me hizo pensar en que no importa si una trabaja o si no lo hace. Si llega tarde a casa o pronto, si vuelve de yoga o si acaba de volver del súper…si las palabras se arremolinan en el cerebro, el exterior se vuelve ajeno, distante. Da igual si hay sol o llueve, si los pájaros cantan o las nubes se levantan… si la palabra mental se dispara, esa que da vueltas a todo, esa que todo lo manipula, lo lija, lo estrecha, lo mancha, lo tiñe de comparación, de ganas de llegar aunque sea improbable, lo colorea de imposibles o de palabras negras y estrechas, no hay nada que hacer, una cae por el túnel de Alicia hacia un cuento que no siempre acaba bien.
Así que, amigas, pensé en la importancia de devolverle al presente su entidad, su belleza, su calma, su sosez (porque chicas, hay que reconocerlo, es bien sosito el presente a veces…). Pero, muchas veces, por no vivir los sinsabores y las soseces nos perdemos los momentos de calma y silencio.
Este es un momento de quietud. Un rincón de paciencia donde los pensamientos recurrentes y las exigencias pueden salir a navegar por este mar en calma en el que se queda nuestro ahora. Sea este cual sea, y estemos donde estemos y como estemos.
Una palabra de amor hacia nosotras, una que nos devuelva al presente en calma, aunque sea solo una…
Démonos la mano y naveguemos por el eco que deja la estela de la palabra autoamorosa
Voy a ver si pienso la mía…