La enfermedad dibuja los límites con los que nuestro cuerpo se encuentra una y otra vez. La enfermedad es el tope, la valla, es el muro y a veces el precipicio. La enfermedad es el gran interrogante, es el tiempo en suspensión. Es la pausa. El intermedio. El lugar de la espera. El lugar de la paciencia y del desespero.
La enfermedad es una incógnita que acostumbramos a intentar responder de manera más o menos precipitada. Corremos a buscar simbolismos, respuestas de manual. Nuestro entorno la dota de la capacidad de mandarnos mensajes; nos dicen que hay algo que no escuchamos, que nuestro cuerpo se comunica para decirnos lo que no estamos haciendo bien. ¿Quizá podemos mejorar la dieta? ¿Demasiados hidratos? ¿No descansamos suficiente? ¿Deberíamos cambiar de terapeuta, nutricionista, masajista, osteópata, homeópata…? ¿O tiene que ver con que nuestro subconsciente nos manda mensajes? ¿Nos habla de los traumas que tenemos por resolver? ¿La relación con nuestra madre todavía no ha sanado de verdad?
Creo que el discurso dominante-alternativo ejerce un poder desmesurado sobre nuestra psique y sobre nuestra capacidad de interpretarnos a nosotras mismas. El discurso dominante continúa siendo patriarcal porque sigue hablando en términos de buenos y malos. Medicina convencional buena o mala, medicina alternativa buena o mala. Planean sobre nosotras el escepticismo y la culpa. No soy la primera en afirmar que algunas de las terapias complementarias nos llenan de fracaso cuando nos conceptualizan, de inicio, como seres incompletos, cargados de traumas que deben ser trabajados. Y si no estamos de acuerdo, es porque tenemos resistencias. ¿Os suena?
Por otro lado, la mayor parte de la medicina convencional es el rostro estadístico de la desigualdad y de las relaciones de poder más corrosivas. Nos despojan de nuestro nombre, de nuestra identidad, y convierten nuestro ADN en números que operan con fórmulas cada vez más difíciles de entender. La medicina convencional continúa viviendo de la falacia de que los médicos son seres más capaces de comprender nuestro propio cuerpo que nosotras mismas y nos despoja de lo único que nos es propio. Nos habla en términos técnicos que anulan el sentido de nuestras vivencias y nos dejan huérfanas ante el síntoma, el tratamiento y el dolor. Buscamos escucha y encontramos prepotencia. Y necesitamos recurrir a todos nuestros recursos y nuestras amigas para ser capaces de negociar y poder ser escuchadas. La medicina convencional está siendo desprestigiada porque es incapaz de reconocer que ha dejado de ser humana.
Así que, a menudo, una se encuentra atrapada entre dos sistemas que se hacen los sordos, en medio de dedos acusadores que nos obligan a tomar partido ciego por uno u otro bando.
No obstante, estamos las que dudamos de cualquier sistema que se ensalce a sí mismo mientras levanta el dedo acusador. Estamos las que dudamos de uno u otro bando, de una y otra perspectiva. Estamos las que reconocemos que no sabemos pero escuchamos lo que sentimos, lo que creemos que nos ocurre; las que tenemos el deseo de unir, de establecer puentes, de trazar nuevas rutas que nos lleven a sobrellevar la enfermedad de un modo diferente, de un modo que aporte luz, que huya de la culpa, del despecho, de la cerrazón y de la desconfianza.
Y en esas estoy, intentando dilucidar la enfermedad desde otro lugar, desarrollando una hermenéutica del cuerpo que me lleve a sentir mi cuerpo cada vez más mío aun cuando no funcione o funcione a medias. Estoy intentando crear un sistema de pensamiento que me ayude a comprender mi cuerpo, a dotarlo de significado cuando topa con sus propios límites, cuando se enfrenta al dolor, al desconcierto y a la angustia de no saber. Un modo de conceptualizarlo que me ayude a tener paciencia con él, a saber esperar, a saber escuchar. A no tener prisa y mientras tanto tomar todas las medidas que estén a mi alcance para sentirme mejor, sean las que sean. Sin culpas y sin miedos.
Poco a poco voy entendiendo que la enfermedad no solo es un síntoma, también es una inevitabilidad, es un modo de ser del cuerpo. Es una realidad que tarde o temprano se hace presente, de manera leve o grave, de manera esporádica o crónica. Y en todas estas posibilidades, el cuerpo nos obliga a recolocarnos, a resituarnos, a renacer. El cuerpo aprieta el botón del reinicio, de volver a cargar. Entra en el tiempo de la suspensión.
Todo queda suspendido. Nada importa más que él, que una misma, que las que hay alrededor. Nada tiene más sentido que el presente. La enfermedad es radical porque irrumpe en la vida llenándolo todo de presente. Enfocando e iluminando todo lo que hay. De repente una ya no puede mirar hacia otro lado, no puede seguir con las inercias. Todo queda suspendido. Todo queda cuestionado.
Y la enfermedad nos obliga a narrar cómo es nuestra vida, como ha sido, qué estamos haciendo con ella. Nos empuja a cuestionar nuestros lazos, nuestras amistades, nuestra cotidianidad. Nos obliga a destilar muy fino con quien nos relacionamos, en qué invertimos nuestro tiempo. Y nos ayuda a hacer limpieza. Nos ayuda a ordenarnos.
La enfermedad es un modo de politizar la existencia y de desafiar las inercias. Nos obliga, si es necesario, a cogernos la baja laboral para continuar con la suspensión y la limpieza.
La enfermedad es antisistema. Porque dinamita el centro mismo del capitalismo: la disponibilidad. Nos obliga a dejar de estar siempre disponibles para los y las demás. Nos obliga a parar, a detenernos, a escucharnos. Nos ayuda a detener el tiempo de Cronos.
Y también creo que si aceptamos la derrota, la pausa y el intervalo, nuevas posibilidades de interpretación y de reorientación se abren. Pero hay que derrotarse, hay que perderse y aceptar la vulnerabilidad máxima que nos devuelve nuestro cuerpo. Entonces hay algo que puede reinterpretarse, algo que se conmueve, algo que se moviliza para destilar una gota de sentido y de conciencia sobre nuestra vida.
Convertir nuestra mirada sobre nuestro cuerpo en un cálido abrazo, en una mirada compasiva llena de cariño, en una mirada cómplice, en un modo de sentirnos cerca, de respetarnos profundamente, es un acto de valentía. Un acto que no obliga a nuestro cuerpo a fingir estar bien para amarlo, para quererlo o para disfrutarlo. Ser capaces de estar con nosotras mismas en la enfermedad y en el dolor sin enmascarar, maquillar o disfrazar lo que hay requiere de un alto grado de coraje que no siempre es fácil sostener.
Saber esperar, tener la paciencia suficiente para aceptarnos así, cojas de una parte de nosotras, lisiadas o deformes, es un acto desafiante y crudo. Pero también es un acto de amor puro, ese amor que no está condicionado. Ese amor que es tan sencillo que sorprende por su sinceridad. Ese amor que nos coge desprevenidas, un amor fugitivo, veloz. Un amor que se reactualiza, que se inicia de nuevo una y otra vez. Un amor que tiene la capacidad de regenerarse constantemente.
Es cierto que, últimamente, los artículos siempre acaban hablando o postulando la importancia del amor. Y confieso que a veces me pregunto si sé qué es, si tiene sentido hablar tanto de él o si simplemente es un lugar común cada vez más mancillado. Y creo que sí, que las dos cosas. Que últimamente se abusa de la palabra, que aparece como un callejón sin salida, que no aporta nada o que sirve para acabar la conversación o el tema de una manera bella pero cobarde. Pero, a la vez, hay momentos en los que estoy en silencio conmigo y me parece que siento algo como el amor incondicional cuando respiro o cuando miro a K. Y creo que cuando hablamos de amor, nos referimos a un profundo respeto por la vida, por la vida de todos los seres vivos. Que hablar de amor es vivirnos con humildad. Y entonces pienso que sí, que es una buena manera de acabar un texto y de zanjar una duda. Porque el amor también es antisistema: no espera nada a cambio.
Gracias por leerme una vez más.
Una maravilla todo lo que has escrito, qué bella y sabia destilación de la experiencia de vivir la enfermedad.
Gracias! Me encanta que lleguen las palabras y se hagan eco en otros cuerpos 🙂
Maravilloso y sabio texto!! Te felicito Adriana. Hay frases potentisimas…
Un abrazo!
Gracias Soco! Que alegría saber que te ha llegado y que le has podido encontrar el sentido. Un abrazo!
Estos últimos años, la vida me ha traído enfermedad y tus palabras nombran de manera exquisita mucho de lo que he sentido.
Felicidades por esa maravilla de texto y mil gracias por tu ayuda para encontrarme en este laberíntico mundo de la enfermedad.
No sabes cuánto agradezco tus palabras, Montse. Me siento muy afortunada de recibirlas y me ayudan a dar sentido a esta escritura que me brota. Gracias.
Has reflejado en palabras los gozos y las sombras de muchos años de enfermedad. Me he sentido reflejada en ellas. Felicidades por ser como eres.
Es un honor que te sientas reflejada en estas palabras. Gracias a ti <3
Precioso, Adriana. Lleno de belleza, fuerza y sentido. Es un goce y un bálsamo recibir tus pensamientos en estos escritos. Un beso inmenso, amiga bonita.
María, Amiga, muchas gracias por tus palabras. Me llenan de alegría y es un honor recibirlas de ti!
Excelente, no me sale decir más. Qué maravillosas palabras, qué hermosa reflexión, y qué común en muchas esas sensaciones. Gracias! :))
Gracias Pilar, me ha dado una alegría tremenda leer tu mensaje! Hacía tiempo que no cuidaba del blog y me debatía entre si continuar escribiendo en él o no y me ha encantado leerte y que reconocieras en mis palabras un lugar común.
Un abrazo,