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LA CIUDAD DE LAS AMIGAS
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LA CIUDAD DE LAS AMIGAS

Matersofía

Publicada el 27 27Europe/Madrid agosto 27Europe/Madrid 201929 29Europe/Madrid agosto 29Europe/Madrid 2019

La palabra de una madre está teñida de infinitos prejuicios por quien la escucha. A menudo se considera palabra sin razón. Fruto de un descalabro emocional lleno de vaivenes azarosos que se centran en pequeños detalles sin importancia. Van des de la absoluta arbitrariedad hasta llegar a apegarse con fuerza a la descendencia, con una verborrea incontinente, capaces de cualquier cosa. La palabra de la madre está suscrita a las edades de lxs hijxs. Son ellxs las que nos dan la autoridad y las que nos la quitan según el momento evolutivo en el que están. Pasamos de ser absolutamente indispensables a ser seres aborrecibles que están todo el día con los mismos temas. Para cuando nos damos cuenta, o somos “la mejor amiga” o “la bruja malvada del cuento”. Morimos sin reconocimiento, sin haber podido decir este logos es mío y mi palabra crea más mundo que cualquier famoso discurso político o filosófico.

La madre no tiene lugar propio. Laura Freixas lo ilustra y lo explica maravillosamente. O madre que sufre o malamadre. María o Magdalena sin voz propia. Siempre hay un narrador que cuenta. Y es sabido que, muchas veces, cuando hemos contado nosotras hemos hablado como ellos. De sus temas. De los temas importantes, de los que hacían vibrar el Ágora. Hemos sacado la cabeza a sus preocupaciones y las hemos hecho nuestras, no como impostación sino como un ejercicio sincero de introspección. Hemos creado un corpus sobre las grandes temáticas de la humanidad, de la mitad de la humanidad. Y las preocupaciones cotidianas han pasado a ser escondidas, disimuladas, temas menores. Pero nos hemos hecho mayores y hemos descubierto que les preguntábamos más a nuestras madres que a nuestros padres. Que en el día a día es tan importante conseguir que la ropa quede blanca como contarle un cuento a nuestras hijas e hijos, saber cuándo hay que quitarles el pañal o acompañarles a un concierto, saber qué pasa en su interior, imaginarlo, crearlo, acertar o errar, sacar tiempo para leer, tomar el té, escribir o bailar. Solas. El mundo patriarcal nos ha servido, sobretodo, para cuestionarnos, para preguntarnos cómo conciliar, cómo ser una buena madre aun trabajando, y cómo conseguir hablar en público aun siendo madres o sin serlo. Cómo conseguir ser escuchadas, atendidas, respetadas como humanas. Y las respuestas no se encuentran en lo que ellos han hecho, porque ellos no tenían preguntas para nosotras. Las respuestas las hemos tenido que fabricar, unas veces de nuestras propias migajas, otras veces a partir de las grandezas de nuestras relaciones, y otras aprendiendo de ellos lo que había que hacer y lo que nunca había que repetir.

Hace pocos días pude volver a comprobar, una vez más, una de tantas, en una reunión de vecinos, que ellos ocupan la mayor parte del tiempo. Deciden, con sus formas directas, físicas, enrollados en su propia testosterona, pagados de sí mismos. Y nosotras imitándolos o intentando no llorar. Y ellos grandes en su fisicalidad, en su gran plumaje de barro y oro. Pequeñas batallas ganadas por conseguir no quedarnos calladas: Por fin he hablado, qué bien haber expresado mi opinión, qué bien haber conseguido un cambio de viraje, que el rumbo haya sido otro, que tal o cuál cuestión haya sido repensada. Y luego al marido: has visto qué bien haber hablado… he conseguido que fulanito repensara, me mirara cuando hablaba, he conseguido que se me dejara hablar un mísero uno por ciento del tiempo… como una auténtica heroína… Y ellos nada, nunca. No hace falta que se den palmadas en la espalda ni grandes reconocimientos domésticos, el mundo es suyo, no es nuestro.

Hablar, siendo madre, me resulta terreno resbaladizo. Jamás pensé que mi identidad iba a quedar tan diluida, tan cuestionada, tan desorientada. No es algo directo, no es una violencia identificable. Es una duda que sobrevuela lo que digo. Es percibir una constante fisura, una grieta por la que la razón y la palabra se van. Que si somos sobreprotectoras, que si somos demasiado activas o demasiado vagas, que si no nos cuidamos suficiente, que si no les queremos bien, que si no podemos huir aunque tengamos ganas… todo lo que tenemos que callar queda enterrado en un lugar muy adentro, un lugar que acaba siendo cementerio de deseos y anhelos.

No es algo nuevo, ser mujer, siendo o no madre, es buscar los huecos escarbando en los silencios de las palabras ajenas. Hemos vivido tantos saltos al vacío en reuniones, con novios, con amigos, en entornos profesionales y laborales que tenemos varios paracaídas hechos de palabras de amigas que nos han ayudado a saltar al vacío. Tan triste y revolucionario como atreverse a hablar en público.

La palabra. Algo que nos hace humanas, derechos de todas, y ahí está, tan a menudo hemos sentido que tenemos que ganarla, que no es nuestra, que se nos premia con espacio, con unos minutos de gloria, con reconocimiento, con alardes a nuestra inteligencia que nunca a nuestra capacidad para chismorrear, para darnos cuenta de los detalles más pequeños, para analizar hasta la saciedad el más mínimo comentario, interpretarlo, diseccionarlo, operarlo, sacándole las tripas y la suciedad, viendo a través de los cuerpos y las suposiciones. Tantos han sido los poderes que hemos tenido que desarrollar a lo largo de la historia… Y aunque no queramos, os seguimos pidiendo hueco, aleteamos rezando para no parecer tercas, histéricas, locas, brujas. Queremos seguir siendo guapas e inteligentes. Por favor, feas no. Eso sí es horrible. Así que luchamos con uñas y dientes para agarrarnos a nuestra inteligencia y a nuestro brillo y des de ahí poder meter los dedos en esas fisuras del discurso, de la palabra hermano mundo macho.

Y no paro de pensar últimamente en que cuando ellos (vosotros) aprendan (aprendáis) a escuchar y nosotras a hablar dándonos legitimidad podremos discurrir en condiciones vivibles para todas. Terrenos comunes hechos de relaciones que sean capaces de aceptar la discrepancia, lo feo, lo negativo, el fracaso, la muerte, el dolor por la pérdida de lxs hijxs, la angustia por la vecina que vive sola, si llegaremos a fin de mes o si nos renovaran el contrato aunque sigamos siendo incómodas, locas, feas, brujas. Y ¿qué queréis? Hasta que no os calléis y esperéis a ver, a abrir la mirada a lo que hay que ahora os vetáis, este mundo no será más tierno, más amable, más sensible ni tampoco un lugar libre y seguro para nadie. Que le den a Platón con la belleza, la justicia y la bondad. Nos queréis bellas, ciegas y monjas y eso ya no volverá a pasar.

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2 comentarios en «Matersofía»

  1. Victòria Solé dice:
    27 27Europe/Madrid agosto 27Europe/Madrid 2019 a las 11:08

    Gràcies Adriana, les teves paraules omplen d’amor les “escletxes” de dona, de mare, d’amiga… de les que estic feta i des de les quals em busco i em construeixo cada dia.
    Molt recomanable Laura Freixas, que vaig descobrir quan vaig ser mare, i que com tu dius al “diluir-me” vaig començar una búsqueda… per retrobar-me a través d’altres dones que d’aquestes experiències n’havien fet saviesa viscuda i compartida. També revolució. I continuo en aquest “campo de cultivo”… però no sola, amb vosaltres, amb totes.
    Una enorme abraçada!
    Victòria

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    1. La ciudad de las amigas dice:
      28 28Europe/Madrid agosto 28Europe/Madrid 2019 a las 01:28

      Hola Victòria, quina ilu llegir-te. Això fem, sí, ajudar-nos a omplir d’amor les escletxes per acabar-les converint en finestres des de les quals viure un nou horitzó. Ho compartim juntes i és una gran sort. Mil petons!

      Responder

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